Pero en este caso fue más allá. Leer este texto me dejó la cabeza dando vueltas, saboreando la idea de la sorpresa errónea, el placer de un equívoco que nos recuerda que, a pesar de todos los pesares, seguimos amando, callando, gritando, seguimos escribiendo cartas de amor que aunque no sean para nosotros nos sacan de la inercia del día a día. Y pensando en ello, se me ocurrió que podría existir un personaje que recorriera las calles en busca de parabrisas a los cuales dejarles cartas de amor, con el único fin de darle un momento de magia al día de alguien desconocido.
Y esto lo pensaba mientras garabateaba a la de arriba en un rato de espera en un café.
Gracias, Luza.
Por cierto. Háganse un favor y visiten a las chicas de la columna derecha de este blog. Todas, cada una en su estilo, son como bocanadas de aire fresco.