Hubo que arreglarlo, y en este proceso se descubrió que debajo de la verdura estaba un coche rojo esperando salir de nuevo a las calles. Restaurado quedó el color, y desde el primer día que pisó el pavimento, este autito no hace sino coleccionar miradas de admiración: "Qué bien cuidado", "Qué bonito", "¿Qué año es?" "¿No lo vendes?". Y todo eso son como si los piropos me los hicieran a mí, aunque yo no haga más que pasearlo. Quizá sea que, como dice Amelia, este coche tiene toda mi personalidad, y por eso sea que me apropio de sus cumplidos, como él debe apropiarse de los que me hagan a mí.
¿Cuántas canciones habrá escuchado este Datsun? ¿Cuántas le quedarán por escuchar? Quizá le harán falta en un futuro un par de mantenimientos totales, similares al que le dieron cuando se volvió mi compañero de andanzas; quizá sea un fastidio que se le empañan los vidrios cuando nos agarra la lluvia; pero cualquier molestia palidece ante la satisfacción de estar tras el volante de un ejemplar como éste. Y pueden estar seguros de una cosa: en ningún otro lado se escucha mejor a Creedence que en este coche.