lunes, 5 de noviembre de 2007

La gloria sabe a mantequilla

Acabo de regresar de tres semanas de viaje del otro lado del Atlántico. Suficiente tiempo que al final sabe a poco, como siempre. De esas calles llenas de monumentos, de esos artistas de fama internacional, de esos eventos de tacón alto y pestaña enchinada guardo buenos recuerdos, pero el más entrañable, de los más entrañables, reside en una bolsa de palomitas compartidas en un cine en el que Viggo Mortensen hablaba castellano. Ese día lo perdimos casi completo, pues, como por un encanto de Maléfica, despertamos a las seis y media de la tarde. Es cierto, trasnochamos hasta que se hizo de día, y cruzamos la ría bilbaína bajo los primeros asomos de luz. Pero ¿dormir hasta las seis y media? A ninguna de las dos nos había pasado antes. Despertamos, comimos/cenamos por cortesía de Alberto, y decidimos salir al cine, como pretexto para recibir un poco de aire fresco, para que al mundo exterior le constara que habíamos existido ese día. Promesas del Este. Cronenberg. Las palomitas. El pequeño placer de probar el primer puñado (aliteración, ¡yeah!) El gran placer de compartir el té negro, el viento frío y la puesta al día con una de mis personas favoritas.
Ya estoy de vuelta, y toca reanudar conversaciones y proyectos de este lado del mundo; hacerque esas palomitas, esas fotos, y esas copas de vino duren todo el tiempo que tenga que pasar hasta el próximo salto de charco.

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